
Los días 14 y 15 de noviembre habrá una reunión de grandes líderes políticos en Washington para buscar una solución a la crisis que ha supuesto el fin del mundo tal y como lo conocíamos hasta ahora (nombre y apellidos).
El plan, en principio, es refundar el capitalismo. Es de esperar que, en caso de fracasar dicho objetivo, pasen al plan B y logren al menos unos cuantos acuerdos sensatos que nos ayuden a todos a pasar el mal trago, en especial a los que más lo padezcan. Sería bueno que los grandes líderes evitasen que haya familias que pierdan su casa y sus trabajos al mismo tiempo. Bastante harían. Luego ya podrían recuperar su empeño original y trabajar por un nuevo sistema económico que nos haga muy dichosos a todos. Pero con tiempo, eh, planificando una tanda de encuentros, repartiéndose las tareas por grupos y llevando apuntadas a cada cumbre las ideas más importantes.
A un grupo, pongamos por caso, le tocaría analizar la relación entre la economía y la educación, por si tiene algo que ver con la crisis que ha supuesto el fin del mundo tal y como lo conocíamos hasta ahora. Es poco probable, pero no deberían dejar de contemplar ninguna hipótesis.
Lo ideal sería que el grupo estuviese nutrido por distintas sensibilidades, de manera que fuese posible encontrar la síntesis en la diversidad de opiniones. Si formasen grupos de cuatro, valdría con España, Reino Unido, Francia e Italia. Podrían llamarle, ummm, ¡G-4 educativo!
Tendríamos, de un lado, a los presidentes Zapatero y Brown, pensando sobre la conveniencia de una mayor inversión en educación, y, de otro lado, a Sarkozy y Berlusconi, sopesando las bondades de una política de recortes financieros y efectividad administrativa. De usar la testa con rigor y honestidad, ambas parejas acabarían llegando a un callejón sin salida. Ahí tienen a los dos liberales, absolutamente perplejos ante lo poco que rinden sus euros y sus libras. Cuanta más pasta entierran en los colegios, más brutos se le vuelven los niños. Y a los conservadores, que, mientras buscan la fórmula de la Coca-Cola, son apedreados por sindicatos y estudiantes por dejar la educación en bolingas.
Nuestro grupo de análisis del factor educativo, finalmente, llegaría a la conclusión cierta de que la enseñanza es cara y no trae más que problemas. Acudirían a la puesta en común de los distintos grupos de la Comisión Extraordinaria para la Refundación del Capitalismo (sí, la CERC, eso es) y anunciarían que todo apunta a que lo que sucede dentro de esos barracones donde se enseña a leer y a escribir es independiente de la crisis que ha supuesto el fin del mundo tal y como lo conocíamos hasta ahora. Acto seguido tomaría la palabra el grupo de análisis de la regulación del sistema financiero internacional. Con más que decir.
Pablo de Llano.
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