jueves, 18 de diciembre de 2008

Cuento de Navidad



Condado de Sussex, Inglaterra, una mañana cualquiera del año 1932. Se despierta con el día Mr. Bertrand Russell, tarda un ratito en acordar y al fin sale de la cama. Va al baño y se asea, luego se viste y baja a desayunar al salón. Una vez dispuesto, da las gracias al servicio y se retira a su habitación de trabajo. Toma asiento en su escritorio y vuelve sobre lo que había dejado al anochecer: un breve ensayo que titula Elogio de la ociosidad, en donde censura la nobleza del trabajo y opina a favor de una mayor promoción del ocio en las sociedades industriales modernas. Cree Mr. Russell que la nueva técnica posibilita una organizada disminución del trabajo y una distribución justa del ocio, de manera que parte de la energía que consume el trabajo vaya a ocupar tiempo libre y haga civilización, que producción sobra.
Ayer tenía el ensayo casi terminado. Había analizado el concepto de trabajo, precisado sus modos y considerado cómo la necesidad de los más y la labia de los menos habían sostenido históricamente una idea del mismo muy insensata: el pan por el sudor de la frente, y hecho de la pereza pecado capital.
Hoy lo retoma y piensa en lo bueno que sería lo otro, disfrutar más y trabajar menos. Cuatro horas, calcula, serían suficientes para asegurar los artículos de primera necesidad y las comodidades elementales. El tiempo sobrante se repartiría al gusto entre el descanso y el ocio que, señala, no debería ser empleado en puras frivolidades o en placeres meramente pasivos, ni tampoco en cosas pedantes, sino en otras cosas que no acierta a definir.
Así, sea como fuera que pasase el tiempo libre, tan sólo con que de ésto hubiera y no se consumiese el hombre en remordimientos por ello, dice Russell, la humanidad habría dado un gran paso adelante en su distanciamiento del mono: Mejorarían el carácter, la capacidad y el gusto, conque "habría felicidad y alegría de vivir, en lugar de nervios gastados, cansancio y disepsia".
Pero he aquí que todavía sobra mucha disepsia. ¿Cuál es la razón? Es que los métodos de producción modernos han sido cuidadosamente desaprovechados, y donde debiera haber paz y seguridad general, hay trabajadores explotados, parados en la miseria y aristócratas galeses que escriben en batín. Ante la naturaleza profundamente idiota del problema, Mr. Russell termina su ensayo con un ejercicio de lógica flemática:
"Hasta aquí hemos continuado siendo tan activos como lo éramos antes que hubiese máquinas; con ello hemos sido unos necios, pero no hay razón para continuar siendo necios por siempre".
Guarda el escrito en el cajón de su mesa de trabajo, coge la pipa y sale a pasear con su Setter Irlandés.


Pablo de Llano.