
De América vino uno de los grandes misterios de aquel tiempo: ¿Estaban llegando a la tierra artefactos tripulados procedentes de otros planetas? La incógnita tuvo en vilo a los españoles durante años. No había semana que la prensa no trajese una noticia sobre platillos volantes, naves extraterrestres que surcaban la atmósfera a altísimas velocidades con intención desconocida.
El bulo se coció en EE UU al calor del clima social de la posguerra y del acelerado desarrollo de la industria aeronáutica. Su larga historia comienza el día 24 de junio de 1947, cuando un piloto americano, Kenneth Arnold, asegura a los periodistas que mientras volaba sobre el estado de Washington, se cruzó con una formación de naves “con forma de casquete o rosquilla con un agujero en medio” que volaban, según estimó, “a unos 2400 kilómetros por hora”. “Eran como platos deslizándose sobre el agua”, trató de ilustrar Kenneth.
Así nació una obsesión mundial que todavía pervive, la de los OVNIS (Objetos Volantes no Identificados). Empezada la década de los cincuenta, la bola de nieve ya se había hecho imparable. La aparición de platillos volantes se multiplicaba y tenía lugar en los sitios más insospechados, con la prensa haciendo un seguimiento minucioso de los partes de avistamiento más peregrinos que uno pueda imaginar.
Una cosa me molesta de los platillos volantes -escribe Bocelo en su columna-, y es el desdén que manifiestan hacia Coruña, donde cuesta un triunfo dar con uno en pleno vuelo, quizás porque nuestra propaganda turística no está todo lo bien dirigida que fuera de desear.
Pero quiérase o no, los platillos volantes son el tema del día. Puede que sea porque la liga de fútbol ya se acabó, pero lo cierto es que en ninguna parte se habla de otra cosa. Y en las discusiones hay campos perfectamente definidos: Platillistas y antiplatillistas.
Aún ayer escuché una conversación bastante pintoresca. Se hablaba, naturalmente, de los platillos. Y mientras unos admitían como lógica la posibilidad de un contacto interplanetario, otros se negaban a admitirlo. Pero aún entre los platillistas había ciertas diferencias. Por ejemplo, no todos estaban de acuerdo sobre el grado de civilización de los supuestos marcianos.
-Tienen que estar adelantadísimos en relación con nosotros -decía uno-. La prueba es que mientras en la Tierra nunca pasamos de hacer señales luminosas desde el Sáhara, ellos revolotean ya a nuestro alrededor como mariposas.
-Eso no tiene ningún mérito -respondió el más tozudo-. Como están arriba, no tienen más que dejarse caer y llegan a la Tierra. Quería verlos yo subiendo hasta Marte, como tendríamos que hacer nosotros…
-Lo que más me tranquiliza -agregaba el mismo- es que no vienen en plan de guerra.
-¿Y cómo lo sabes?
-Se lo supone cualquiera. Si no, nos hubieran tirado algo desde los platillos…
La demanda de Bocelo fue escuchada y Coruña tuvo su merecido episodio paranormal. Hubo que esperar dos años. Al fin, La Voz de Galicia anunció en portada: “Un coruñés vio elevarse un "platillo volante" en la carretera de Santiago. Era mayor que el kiosco de la Plaza de Ourense y despedía una cegadora luz plateada”. En las páginas interiores, Eugenio Pontón recogió el testimonio del protagonista, un chófer de la Jefatura Provincial del Movimiento: “Yo vi primero un gran resplandor plateado que me ofuscó, luego un gran bólido que se alejaba, con apariencia de un kiosco gigantesco, y finalmente, percibí el sonido cercano de una explosión…”
Mientras los gallegos todavía nos encontrábamos en la primera fase del fenómeno, la descriptiva (forma y velocidad de los platillos), los estadounidenses ya estaban metidos de lleno en la fase explicativa (propósito de sus tripulantes). Los ufólogos defendían a capa y espada el origen marciano del pasaje, aunque dudaban si venían o no en son de paz, y los promotores de la guerra fría aseguraban que se trataba de sofisticadas armas secretas soviéticas que amenazaban el futuro de América. En octubre de 1952, se podía leer en La Voz una de las trolas que alentaban la pista soviética: “Se afirma que un gigantesco “platillo volante” fue encontrado en Spitzberg. Según se comenta en una revista alemana, un técnico en cohetes noruego, ha encontrado un platillo volante gigantesco, de fabricación soviética, impulsado por 46 motores a reacción”. Orville Wright, un viejo pionero de la aviación americana, explicaba entonces con suma claridad el meollo de la cuestión: “Se trata de crear un clima bélico, de llevar al histerismo de la guerra a la gente, para hacerle creer en pretendidos enemigos internacionales y moverla dócilmente hacia una tercera masacre”.
Las noticias sobre la incursión de platillos en espacio aéreo terrestre eran continuas. Un día, un operador de una estación de radar de Washington, descubre en su pantalla “varios puntos luminosos extraños pasando sobre la Casa Blanca, el Pentágono y el Ministerio de Asuntos Exteriores”; otro, un vecino de Alburquerque ve pasar nada menos que una agrupación de diez platillos volantes “moviéndose en formación como una bandada de gansos”. Otro más, los técnicos de una base aérea americana avistan ocho “objetos que se desplazan en el espacio vertical y horizontalmente”. Y así sucesivamente hasta que los avistamientos, por reiterados, comenzaron a perder interés.
Para rescatar la atención de los lectores hacia el asunto, los periódicos pasaron al detalle, informando con gran solvencia sobre la tecnología que portaban las naves, como el "rayo de la muerte", un flujo de energía magnética que libera a los cuerpos de las leyes de la gravitación y los dirige a través del espacio a velocidades infinitas (Venus-Tierra, ida y vuelta en una hora). Asimismo, salen informes preliminares sobre el aspecto de los marcianos. El 19 de abril de 1952, La Voz saca en la cabecera de su primera plana una sorprendente noticia: “Tres platillos volantes, con 16 "hombrecillos muertos”, fueron encontrados en un terreno de pruebas atómicas de Nuevo Méjico; los tres platillos, que medían de veinte a treinta metros de diámetro y estaban construidos de forma que puedan girar rápidamente sobre un eje, habían sido encontrados casi intactos. El metal con que estaban construidos era tan duro que no pudo taladrarlo una perforadora eléctrica, pero al mismo tiempo tan ligero como el aluminio. A bordo estaban aquellos dieciséis cadáveres, parecidos a seres humanos, que medían alrededor de un metro de altura".
Quiero prevenir a mis lectores -dice Bocelo- para que, durante unos días, y mientras las cosas no se aclaren, renuncien a golpear a cualquier hombre pequeño confiando en su superioridad física. Pudiera tratarse de marcianos, y todavía no se sabe lo que opinan de las agresiones. A lo mejor no les divierten, y quién sabe cómo reaccionarían.
Porque no existe razón alguna para que únicamente decidan tomar tierra -aunque violentamente, con el fallecimiento de todos-, en Nuevo Méjico. Lo mismo pueden decidir aterrizar en Oleiros, vestirse una gabardina y lanzarse a pasear por los Cantones. Yo en la tarde de ayer, y sobre todo por la noche, no pasé inquietud alguna mientras veía hombres de tamaño normal. Pero en cuanto vislumbraba un bulto pequeño, me libraba bien de aproximarme, con lógica precaución.
Toda Coruña estaba ayer impresionada por la noticia sobre tres platillos volantes aparecidos en Nuevo Méjico con una especie de hombres pequeñitos muertos en su interior. Y menos mal que son tan pequeñitos. Decenas de llamadas telefónicas nos agobiaron durante todo el día pidiéndonos nuevas noticias que no poseíamos, y una confirmación que está bastante lejos de nuestras posibilidades.
Pueden haber ocurrido muchas cosas: Que la noticia sea cierta, no en balde el mundo es una parte infinitesimal del universo, según dicen, y no porque nosotros lo hayamos medido; que los americanos celebrasen ayer su día de Inocentes, al que tienen perfecto derecho; que algún periodista sienta antipatía hacia los hombres pequeñitos y desee crearles mal ambiente… y, por último, se me ocurre una hipótesis que no debemos despreciar. Tal como hoy anda el mundo, ¿no será, éste, un truco diplomático para lograr una apretada unión internacional frente al enemigo? Aunque primero sería necesario demostrar que esos hombres pequeñitos vienen en son de guerra, y después, que se les puede vencer.
Aquello era un misterio que se le escapaba a la ciencia. Los OVNIS pasaban por el cielo uno detrás de otro, pero nadie tenía una sola prueba de lo que había visto. En tal situación, la ciencia dejó sitio a la imaginación. No tardaron en salir los primeros testimonios de encuentros con los extraterrestres. Unos aseguran haber viajado hasta la Luna, invitados por los navegantes de una nave que, al parecer, se quejaban de los nefastos efectos de la radiación de nuestras pruebas nucleares. Otros fueron tratados con crueldad y algunas mujeres, incluso, obligadas a mantener relaciones sexuales con ellos. Los testigos, además, aportaban datos esclarecedores sobre el físico de los marcianos: medían entre cincuenta centímetros y tres metros; eran calvos, muy cabezones, tenían las orejas puntiagudas y un sólo ojo, con nobles excepciones: había algunos sin cabeza, similares a una ameba, y otros más tecnológicos, con la cabeza cuadrada y el cuerpo acampanado; se expresaban correctamente en la lengua propia del lugar que visitaban y procedían de la Luna, de Venus y de Marte.
El caso -afirma de Llano en uno de sus artículos- recuerda en cierto modo la emoción que debieron sentir los indígenas americanos ante la presencia de las carabelas descubridoras en el siglo XV.
Lo triste es que nos corresponda ahora el papel de los indígenas. ¡Con lo bonito que sería poner pie en un lejano planeta y regalarles todos los secretos de nuestra adelantada civilización: guerras, estraperlo, impuestos, trabajo…!
( Fragmento de “Bocelo. El periodista y su mundo. 1950-1960”)
Pablo de Llano.